El sol chorreaba a raudales por los amplios ventanales del despacho cuando Walter apareció por la puerta, con gesto disgustado.
-Oh, maldita sea, corre esas persianas, desgraciado.
Bruce por su parte hojeaba alguno de los archivos de su hermano, sentado en su butaca.
-¡Walter! Mi duro y dulce Walter, yo también me alegro de verte. Deberías beber menos y disfrutar más de la luz de la mañana -dijo, guardanbdo los archivos en su correspondiente cajón. Walter bajó las persianas de láminas, seccionando la luz en un largo haz de líneas paralelas que cegaba la vista a intervalos. Le confirió al despacho un toque apacible e íntimo. Sacó una petaca.
-¿Un chorrito para el café?
-Hecho -dijo Bruce, guiñando el ojo.
Walter vertió sendos chorros de su petaca en sus respectivos cafés y le hincó el diente a uno de los donuts de la caja, que ya había inaugurado Bruce por su cuenta.
-Debiste preguntarle a Lucy dónde comprar los donuts -dijo- Los que has comprado son una porquería. A dos portales hay una pastelería donde los hacen deliciosos.
-Podrías habérselo dicho tú. La idea fue tuya. -Bruce hizo una pausa-. Menudo anfitrión estás hecho.
Walter permaneció unos instantes mirando por las rendijas de la persiana, pensativo o simplemente en blanco.
-Siento lo de Ignatius. ¿Cómo fue?
-Éramos bastantes, pero menos de los que cabría esperar. Myrna vestía de colores y quiso fumarnos a todos. Algunos accedieron. A mí no me pareció oportuno. Pero nos pusimos a contar anécdotas y fue divertido.
Walter asintió, ausente. Probablemente siquiera recordaba a Mynra Minkoff. No le interesaban mucho los asuntos de Ignatius Reilly; mucho menos los de sus allegados. Se habría alegrado de su muerte, por poder ver así a su hermano, si no fuera porque en el fondo era un pedazo de pan… horneado el día anterior.
-En el funeral de Ignatius me encontré con otro español que también era muy amigo suyo -prosiguió Bruce- Qué coño, si lo enterró el mismo.
-¿Cómo, lo enterró su amigo?
-Es una forma de hablar, pero sí. A veces es posible hablar en estos términos, como ahora. El tío tiene un blog en internet, y anteriormente Ignatius colaboró con él en otro blog que tenía. -se sentó sobre la mesa de Walter y mojó otro donut en su carajillo de escocés-. El caso es que podría pedirle que escribiera algunas de mis historias. Y así andas enterado. Siempre quejándote de que no tienes noticias mías… cuando te llamo. ¿Pero qué hay de ti?
Tras unos instantes, Walter dio la espalda al ventanal.
-Lo de siempre. Entre el ascenso y la suspensión.
-Ya. Algún día sentarás la cabeza. Búscate una castaña, Walter. Son las honestas de la película. Las rubias no tienen futuro tras el amanecer, y las morenas siempre acabarán partiéndote el corazón.
Walter dio un sorbo ceremonial a su vaso de plástico.
-¿Walter? Tú eres Walter, pero te cambiaste el nombre porque los españoles no pronuncian la w.
Bruce río sacudiendo la cabeza.
-No, Walter, tú te cambiaste el nombre, porque yo me fui: siempre te gustó más mi primer nombre que el tuyo… Aquí, sin mí, puedes pensar y contar lo que quieras, pero, ¿pretendes pegársela con eso a tu propia familia? ¿es que estás tonto?
-Vamos, todos en la familia sabemos que tú fuiste quien se cambió el nombre.
-Oh, joder, sigues con eso. No vas a convencer a nadie de que piensa algo que no piensa. Y te advierto: hay muchos más españoles que saben decir Walter y Willis que americanos que sepan situar España en un mapa. Pero me resulta más cómodo Billis.
-Eso no es cierto, muchos buscamos España en Google después de la final de las Olimpiadas. Bravos baloncestistas, los españoles. Plantaron cara.
-Habrían ganado, de no ser por los árbitros.
-Venga hermanito, no te habrás vuelto demasiado spaniard con el tiempo, ¿no?
-¿Qué esperas? Es el puto país donde vivo.
-Pero, ¿tío? ¿Que hacen allí además de torear y creer que juegan a basket… o a tenis?
-¡¡Insultar!! -y pagar la gasolina a precio de metro cuadrado inmobiliario, o viceversa, pero eso no quiso decirlo, patriota él.
-¡Ja! Vas a llegar muy lejos insultando.
-Donde tenga que llegar. Me da igual que tú seas más fuerte -Bruce empezó a pasearse por el despacho-. Y valiente. Que tengas estilo, dinero y una casa de tres plantas. Que tengas un buen empleo. Que siempre tengas un comentario ingenioso en la punta de la lengua, y una sonrisa en los labios, aunque te estén apuntando con cincuenta pistolas y trece ametralladoras. Me da igual que las mujeres se rindan a tu paso. Yo sé meterme con la gente, y hacerlo bien. Con eso me basta.
-Joder, hermano, dos días más en nuestros USA y ya se te habrá quitado la tontería. Acabas de hablar como debe hacerse, sí señor. Y sin insultar. ¿Has visto? Un saco de boxeo y un par de rubias, y te habremos recuperado el sentido común.
-Y tú hablas como un un negro. Lástima que ya sea tarde para votar a Bush, o al menos al abuelo, en vez de a ese negro, porque eso habría sido mi demostración definitiva de sentido común.
-¡Ja! Buscaste un golpe bajo. Eso merece una sesión en el gimnasio -dijo, ensayando varios directos y ganchos rápidos al pecho de Billis, que trataba de defenderse como una maricona.
Finalmente no hubo ninguna sesión de gimnasio, sino otra ronda de donuts y café.
Billis regresó a España sin pagar ninguna de las rondas, que encolomó ambas a la policía de Metrópolis. Willis continuó de rubia en morena, bebiendo tres o cuatro whiskeys por las noches.
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Introducing Billis bros.
Introducing Willis bros.
La avenida estaba, como de costumbre, atestada. Bruce se repantigó sobre el asiento de su coche, que despedía un cierto tufo a cerrazón y cuero, y se tomó una aspirina con una sonrisa. Siempre se tomaba al menos cuatro whiskeys por las noches, y eso, claro, le dejaba una resaca espantosa al día siguiente. El sol era inclemente y el vapor que subía del asfalto parecía estar friendo, todavía más que la televisión y los centros comerciales, los cerebros que transitaban la gran ciudad a media mañana.
Un taxista pasó pitando por su lado, incorporándose por el morro, en su carril.
-¡Pero qué coño pitas, desgraciado! -espetó Bruce. Se asomó a la ventanilla- ¡Déjate la bocina en tu casa y cambiáte de carril cuando tengas espacio!
-¡Gilipollas! -añadió
Aquello pareció acabar de colmar la paciencia del taxista, que, con el semáforo en rojo, abrió la puerta de su vehículo y se acercó con paso decidido a Bruce.
-¿Pero a ti qué coño te pasa?
Bruce se echó las manos a la cara.
-¿Tienes algún problema? -prosiguió el taxista, inclinándose hacia la ventanilla del coche de Bruce- Llevo todo el puto carril con el intermitente puesto, ¿o es que no lo has visto?
-Oye, amigo, por mí como si naciste con ese intermitente en el culo; no tenías espacio para pasar, y te has metido porque sí.
-¡Porque no me dejabas pasar! ¡Anda y que te jodan¡ ¡Gilipollas tu puta madre!
El taxista daba media vuelta y regresaba a su coche. Los ojos de Bruce se tornaron fríos y sus labios se apretaron, elevándose ligeramente. De un brusco gestó abrió la puerta y apeó del coche.
-Eh, tú. Tú, tontaina, ¿qué problema tienes con mi madre?
-¡Vete al cuerno! -el taxista ni se dio la vuelta para responder y estaba a punto de entrar en su coche.
-Te vas a enterar.
Bruce agarró por la camisa al taxista mientras se sentaba en su taxi, lo sacó de un empujón que casi lo tira al suelo, y le arreó dos patadas en el estómago.
-Métete otra vez con mi madre y la próxima va a la cabeza.
Regresó a su coche, ante el estupor de toda la avenida.
-¡Gilipollas! -remató.
Otra vez dentro, mientras el taxista se arrastraba para volver a su vehículo y el carril vecino avanzaba con lentitud a causa de la curiosidad que despertaba el incidente, Bruce vio una llamada de la oficina en el móvil.
Puso el manos libres y devolvió la llamada.
-¡Bruce!
-Hola, monada. ¿De que se trata?
-Es tu hermano. Lleva toda la mañana esperando verte. He podido distraer a McCormik, pero a tu hermano no hay quien lo saque de allí.
Bruce no había aparecido aquella mañana por su despacho, por culpa de la resaca. Salió directamente a hacer su ronda. Pero Lucy le había salvado tantas veces el pellejo, que si tuviera que devolverle todos los favores que le debía necesitaría al menos tres o cuatro vidas de dedicación a tiempo completo. No venía de otra más, aunque era evidente que no iba a sacar a su hermano de allí.
-Cabezota como el peor de los Willis. Dile que llegaré allí para el almuerzo. Y, que ya que tendrá tiempo, se encargue él del café y de los donuts.
-Buena idea. Así dejará de incordiar un rato.
-No es un mal tipo. Se guarda demasiada hiel en la sangre, eso es todo.
-Supongo que tendrás razón.
-Pues claro, cariño. Tú sobretodo sigue ocupándote de McCormik, ¿eh? Como se entere Harry, estaré metido en un buen lío.
-Descuida. Que pases una buena mañana.
-Tú también, cariño.
Colgó.
Estaba enterado de que su hermano había regresado a Estados Unidos, por el funeral de gran amigo suyo recientemente fallecido, pero con todo el revuelo que estaba levantando el caso Fratelli, y sus propias cábalas, se le había ido de la cabeza. Desde niño, el hermano de Bruce había vivido en España, donde se hizo cambiar su apellido, Willis, por el de Billis, que es como los españoles pronuncian la W. Y se había quitado su primer nombre para usar el segundo, pasándose a llamar como su hermano, salvo por la inicial del apellido -los hermanos tenían cruzado su primer y segundo nombre-: Bruce Billis, originalmente Walter Bruce Willis, hermano de Bruce Walter Willis. De este modo conservaba algo de americano, ya que los españoles sabían decir Bruce, aunque dijeran Billis en lugar de Willis, o Bálter en lugar de Walter.
A media mañana terminó su ronda y se pasó por su despacho, para degustar los donuts que su hermano le debía estar preparando.