La avenida estaba, como de costumbre, atestada. Bruce se repantigó sobre el asiento de su coche, que despedía un cierto tufo a cerrazón y cuero, y se tomó una aspirina con una sonrisa. Siempre se tomaba al menos cuatro whiskeys por las noches, y eso, claro, le dejaba una resaca espantosa al día siguiente. El sol era inclemente y el vapor que subía del asfalto parecía estar friendo, todavía más que la televisión y los centros comerciales, los cerebros que transitaban la gran ciudad a media mañana.
Un taxista pasó pitando por su lado, incorporándose por el morro, en su carril.
-¡Pero qué coño pitas, desgraciado! -espetó Bruce. Se asomó a la ventanilla- ¡Déjate la bocina en tu casa y cambiáte de carril cuando tengas espacio!
-¡Gilipollas! -añadió
Aquello pareció acabar de colmar la paciencia del taxista, que, con el semáforo en rojo, abrió la puerta de su vehículo y se acercó con paso decidido a Bruce.
-¿Pero a ti qué coño te pasa?
Bruce se echó las manos a la cara.
-¿Tienes algún problema? -prosiguió el taxista, inclinándose hacia la ventanilla del coche de Bruce- Llevo todo el puto carril con el intermitente puesto, ¿o es que no lo has visto?
-Oye, amigo, por mí como si naciste con ese intermitente en el culo; no tenías espacio para pasar, y te has metido porque sí.
-¡Porque no me dejabas pasar! ¡Anda y que te jodan¡ ¡Gilipollas tu puta madre!
El taxista daba media vuelta y regresaba a su coche. Los ojos de Bruce se tornaron fríos y sus labios se apretaron, elevándose ligeramente. De un brusco gestó abrió la puerta y apeó del coche.
-Eh, tú. Tú, tontaina, ¿qué problema tienes con mi madre?
-¡Vete al cuerno! -el taxista ni se dio la vuelta para responder y estaba a punto de entrar en su coche.
-Te vas a enterar.
Bruce agarró por la camisa al taxista mientras se sentaba en su taxi, lo sacó de un empujón que casi lo tira al suelo, y le arreó dos patadas en el estómago.
-Métete otra vez con mi madre y la próxima va a la cabeza.
Regresó a su coche, ante el estupor de toda la avenida.
-¡Gilipollas! -remató.
Otra vez dentro, mientras el taxista se arrastraba para volver a su vehículo y el carril vecino avanzaba con lentitud a causa de la curiosidad que despertaba el incidente, Bruce vio una llamada de la oficina en el móvil.
Puso el manos libres y devolvió la llamada.
-¡Bruce!
-Hola, monada. ¿De que se trata?
-Es tu hermano. Lleva toda la mañana esperando verte. He podido distraer a McCormik, pero a tu hermano no hay quien lo saque de allí.
Bruce no había aparecido aquella mañana por su despacho, por culpa de la resaca. Salió directamente a hacer su ronda. Pero Lucy le había salvado tantas veces el pellejo, que si tuviera que devolverle todos los favores que le debía necesitaría al menos tres o cuatro vidas de dedicación a tiempo completo. No venía de otra más, aunque era evidente que no iba a sacar a su hermano de allí.
-Cabezota como el peor de los Willis. Dile que llegaré allí para el almuerzo. Y, que ya que tendrá tiempo, se encargue él del café y de los donuts.
-Buena idea. Así dejará de incordiar un rato.
-No es un mal tipo. Se guarda demasiada hiel en la sangre, eso es todo.
-Supongo que tendrás razón.
-Pues claro, cariño. Tú sobretodo sigue ocupándote de McCormik, ¿eh? Como se entere Harry, estaré metido en un buen lío.
-Descuida. Que pases una buena mañana.
-Tú también, cariño.
Colgó.
Estaba enterado de que su hermano había regresado a Estados Unidos, por el funeral de gran amigo suyo recientemente fallecido, pero con todo el revuelo que estaba levantando el caso Fratelli, y sus propias cábalas, se le había ido de la cabeza. Desde niño, el hermano de Bruce había vivido en España, donde se hizo cambiar su apellido, Willis, por el de Billis, que es como los españoles pronuncian la W. Y se había quitado su primer nombre para usar el segundo, pasándose a llamar como su hermano, salvo por la inicial del apellido -los hermanos tenían cruzado su primer y segundo nombre-: Bruce Billis, originalmente Walter Bruce Willis, hermano de Bruce Walter Willis. De este modo conservaba algo de americano, ya que los españoles sabían decir Bruce, aunque dijeran Billis en lugar de Willis, o Bálter en lugar de Walter.
A media mañana terminó su ronda y se pasó por su despacho, para degustar los donuts que su hermano le debía estar preparando.